“El espíritu sólo triunfará en sus manifestaciones más peligrosas. Ninguna audacia intelectual puede conducir a la muerte”, dijo el poeta surrealista y militante comunista francés Paul Eluard.
Convertir, entonces, a Beatriz Sarlo en una especie de “heroína del pensamiento”, con enfatizada épica, por haber aceptado enfrentarse “sola” a siete periodistas que rebatirían sus argumentos, mientras por detrás la sostiene una poderosísima maquinaria mediática, siempre a resguardo judicial, resulta, cuanto menos, una desmesura. La alevosía recuerda la de los intelectuales orgánicos del Estado neoliberal, que construyeron un avieso relato según el cual Carlos Menem había sido un valiente por no temer a la posible reacción de sus compañeros justicialistas ante las privatizaciones y el acuerdo con la UCD. “Si yo decía lo que iba a hacer nadie me votaba”, se sinceraba el riojano, lo que a la derecha le parecía un gesto de nobleza y gallardía impropio en un plebeyo.
Ninguna discusión intelectual se libra por fuera de lo que subyace en la base material de la sociedad contemporánea a ese debate. Se llame Beatriz Sarlo, Orlando Barone, o el fiambrero del chino que rivaliza con la vecina de los gatos por al precio de la biondiola.
¿Se puede prescindir de la fervorosa puja política, económica, cultural, que atraviesa la Argentina de estos días, en un debate televisivo que, precisamente, la aborda? Por supuesto que no.
Esa confrontación tiene sus propias leyes, que exceden largamente la habilidad de unos y otros en la argumentación. De a ratos, el diálogo se vuelve de sordos. Esos ratos duran una eternidad. La historia, mismamente.
Como un juez que debajo del ring pone un puntaje para uno y otro boxeador al final de cada round, Clarín y La Nación decretan, naturalmente, que la vencedora en el debate protagonizado en 6,7,8 fue la columnista del diario de la familia Mitre y de la radio del mismo nombre, propiedad del Grupo cornetita. Obviamente, los nacionales y populares creemos exactamente lo contrario.
Toda lucha remite a la perenne tensión entre clases sociales. Esas clases están enfrentadas por una situación objetiva, no argumental. De dinero contante y sonante. No interpretativo. No hay mucha retórica posible en la cruda disputa capital-trabajo. Cuando el discurso que la expresa no asume ese antagonismo está en problemas. Miente. A algunos se les nota más que a otros. El cris-kircherismo ha tenido la saludable virtud democrática e histórica de hacer visible esa circunstancia.
Resulta natural, pues, que la clase que esté triunfando en la contienda pretenda naturalizar su supremacía. Lograr la hegemonía, que se dice.
Pero hete aquí que en la Argentina actual sucede una situación paradojal. Los segmentos sociales hasta ayer predominantes, ven peligrar hoy su influjo. Para abreviar: desde 2003, el gobierno nacional conduce un proyecto político favorable a los intereses de los sectores sociales más atrasados. Ese favoritismo por los de abajo, supone un perjuicio para las elites dominantes. Al grano: Sarlo habla en defensa de esas clases, aunque de modo indirecto: atacando al kirchnerismo. ¿Por qué? Simple: está perdiendo. De ahí, también, la invocación inversa de la presidenta Cristina Fernández, quien reclama institucionalizar el proceso transformador, ser orgánicos, y no construir (justo ahora, en esta instancia favorable) sobre la contradicción.
Si la apuran, Sarlo hasta dirá que Marcela y Felipe deben hacerse fehacientemente el estudio de ADN, pero en el fondo (y más arriba también) la ensayista actúa perfectamente en contra de eso. Si el gobierno es derrotado, Sarlo y mi vecina de los gatos (una de entre ese muy módico 30 por ciento de ciudadanía que se interesa por la cosa pública, según el “INDEC” de Magnetto) saben acabadamente que las causas judiciales por el genocidio y sus complicidades civiles se archivarían.
Indudablemente, esa investigaciones judiciales no son parte de la agenda de los grupos económicos con huevos en la canasta del negocio mediático donde Sarlo trabaja. A ella, portavoz (por acción u omisión) de esos intereses le importa hablar de otra cosa. El INDEC, por ejemplo.
Sin embargo, si al 70 por ciento de la sociedad no le interesa la política, como afirmó Sarlo, ¿a cuánto ascenderá entonces el ínfimo porcentaje que desespera por las mediciones de la canasta básica?
Es una lástima que, en ese tópico, los panelistas de 6,7,8 hayan caído en la ingenuidad de debatirlo apenas si superficialmente, tanto que todos parecieron compartir la posición de la ensayista sobre la política gubernamental respecto del Instituto de Estadísticas y Censos.
Quizás lo único realmente objetivo fue la invitación que la productora de 6,7,8 cursó a una opositora de primer orden, a debatir sobre el kirchnerismo. Una contraposición de ideas antagónicas semejante no se da, ni por asomo, en los medios donde Sarlo cumple tareas. Esto sí es objetivo.
Los panelistas de la productora PPT nunca jamás fueron convidados a escribir una columna de opinión siquiera, en el diario La Nación, ni a polemizar mano a mano en el horario prime time de la programación de Canal 13 o Radio Mitre, en la víspera de un día feriado.
Ergo, la riqueza argumental de los defensores del kirchnerismo es lo suficientemente holgada como para aceptar debatirla con una de las más hábiles impugnadoras, ante millones de espectadores televisivos, en vivo y en directo. No hay nada para ocultar porque lo que está en juego, no es una cuestión epistemológica o de teoría política, sino el bienestar de millones de personas que han mejorado sensiblemente su existencia social desde 2003.
...
VER NOTA COMPLETA EN: diario registrado
VIDEOS DEL PROGRAMA 6-8-9 EN EL QUE ESTUVO SARLO.
0 comentarios :
Publicar un comentario